No recuerdo exactamente donde leí que un gran desplazamiento en coche para una excursión de día, siempre merecía la pena, si se cumplía la siguiente fórmula: el tiempo empleado en ruta ha de ser mayor o igual al invertido en el coche. Mediante esta premisa resulta que a veces estar cerca de seis horas dentro de una furgoneta, entre ida y vuelta, merece y mucho la pena si se realiza una buena ruta en bici, junto a buenos amigos. De este modo, un buen día entresemana del mes de agosto, resultó perfecto para una escapada al pirineo aragonés más occidental.
El verde del pirineo parece este verano no tener fin y es que las praderas lucen sus mejores galas. Verde intenso que aguantará seguramente hasta las primeras heladas y que permite disfrutar de los maravillosos paisajes que acompañan las laderas junto al azul del cielo y el rojo de las areniscas del terreno.
Duras subidas por tasca nos hacen ganar los preciados metros de desnivel de manera bruta, eso sí, a costa de dispararnos las pulsaciones. Además, nuestro amigo Ángelito no perdona una y solamente hasta que no queda otro remedio se echa la bici al lomo.
Al final, no queda otra que empujar la bici, pero antes conviene bien elegir cual es el pie a sacar del pedal. Siempre es mejor sacar el pie del interior para no rodar ladera abajo...
Alcanzado el collado, nos acercamos a disfrutar de las cimas cercanas. El día es perfecto y hasta el Moncayo es divisado a más de un centenar de kilómetros en línea recta.
La bajada es otra tema. Bajadas suaves con perfectos decorados para acabar en tramos más o menos técnicos que sin serlo en exceso nos hacen disfrutar cada momento.
Las vistas a los valles cercanos permiten soñar con nuevas rutas e ir enlazando posibles vueltas.
Total 600 km de carretera para Carlos, 525 km para Ángel y otros tantos para José Ángel y para mi. Seguramente hoy hemos pasado más tiempo dentro del coche que encima de la bici, pero un día es un día, y es que no hay distancias sino gasoil caro.
Adán Martínez
UN DÍA CUALQUIERA